22 mayo 2015

14. La Serena y el cambio climático


Mis recuerdos de la década de los 80 y los inicios de 1990, cuando se está construyendo la presa de La Serena, la mayor de la península ibérica en esos momentos (luego es superada por la portuguesa de Alqueva, también sobre la misma cuenca hidrográfica del Guadiana), son muchos y se me agolpan, algunos nítidamente, otros de forma más vaga, porque durante la fase constructiva fui a visitarla varias veces, ya que solía pescar con caña en los embalses de Orellana y Zújar.

Ahora bien, una de las dudas que me más me asaltaba, tras oir las críticas de algunos ecologistas (que luego repitieron con más intensidad en la ejecución de las obras del Alqueva), era que si verdaderamente se iría a llenar alguna vez un embalse cuya capacidad prevista era superior a los 3.000 Hm3.

Recuerdo los comentarios de algunos profesores míos diciendo que era una obra faraónica y que se convertiría en un gran fracaso económico y político (eso de construir pantanos era cosa de “franquistas”, ahora me parece que a los políticos les llaman “casta”) dado que la cuenca de río Zújar era muy pequeña y asentada en un territorio de clima subdesértico, por lo que no pasaría de recoger pequeñas cantidades de agua para reverdecer el valle que inundaría dicho afluente, a modo de campo de golf. Además señalaban que quienes autorizaron esa iniciativa eran inconscientes e incultos porque no habían tenido en cuenta las previsiones del Cambio Climático, que ya alertaban en el Informe Brutland y la ONU de grandes sequías para España.

Yo en ese momento estaba realizando, como estudiante, un estudio climático que más tarde amplié para la publicación del libro titulado “Don Benito, análisis de la situación socio-economica y cultural de un territorio singular” y me sorprendió que en la media de 25 años analizados (1970-1995), pues yo no detectara ese calentamiento, ni que las sequías fueran un fenómeno extraordinario, todo lo contrario, eran frecuentes en el clima mediterráneo continentalizado como el existente en la zona de La Serena y las Vegas del Guadiana. Como también eran recurrentes, pero sin responder a un calendario preestablecido, los periodos especialmente húmedos y que, a veces, provocaban inundaciones, que históricamente fueron muy dañinas en los afluentes y el colector principal de la cuenca del Guadiana. 

Pues bien, una de las conclusiones que obtuve es que mis profesores y los grupos ecologistas no tenían ninguna razón, ya que yo calculaba que con 4 años seguidos con lluvias por encima de la media (cosa que ocurría de forma dilatada en el tiempo, pero no de manera extraordinaria, como de hecho ha pasado en varias ocasiones desde que se cerraron las compuertas de La Serena, en 1990) el embalse alcanzaría su máximo de capacidad y tendría que soltar agua, como así ha  venido sucediendo desde entonces. Como también veremos nuevamente llegar los períodos de sequía, inherentes a este espacio geográfico en el que vivimos.

Esas previsiones y debates sobre la presa de La Serena me llevó a preocuparme sobre los intereses que se esconden en las alertas institucionalizadas sobre el impacto del cambio climático originado “por el hombre”, algo que es más que cuestionable, y sobre lo que ya reflexioné a partir del “impacto” y desasosiego que me generaron en el ámbito académico muchos colegas, lo que me llevó a publicar un artículo divulgativo  sobre si “el cambio climático era ¿de ahora o de siempre?, cuyo contenido dejo aquí para los lectores. 

El artículo fue escrito en 2007, aunque goza de plena vigencia, pues el tiempo me ha dado la razón, ya que las previsiones que hizo el IPPC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) en 2005 para España han sido erróneas totalmente, dado que afirmaban que entre 2010 y 2015, la península sufriría un período de intensa sequía…y ya ven no ha parado de llover. 
Aquí va un extracto de dicha publicación:

“El último informe de las Naciones Unidas alerta del impacto del cambio climático sobre la flora y la fauna del planeta, describiendo un panorama desolador (glaciares derretidos, aumento del nivel del mar, sequías en unos sitios e inundaciones en otros, desaparición del 30% de las especies conocidas, etcétera) que ha logrado alarmar a buena parte de la comunidad internacional. 
No sé de quién partió, a finales de los años ochenta del pasado siglo, el 'descubrimiento' de que nuestro planeta sufría un cambio climático, pero desde luego ha conseguido que el tema sea el segundo más importante después del terrorismo internacional. Y yo pregunto: ¿es que el clima alguna vez fue estático? Desde hace millones de años la Tierra padece y goza de sucesivos cambios en la distribución de sus temperaturas y precipitaciones, tanto temporal como geográficamente, que han tenido como resultado la extinción de millones de especies y la aparición de otras tantas nuevas, entre ellas una maravillosa, la humana.
Cualquiera que estudie algo de paleontología o de prehistoria comprobará que la Tierra ha pasado, a lo largo de sus casi 5.000 millones de años, por diferentes eras y periodos, con sucesión de distintos tipos climáticos que permitían la adaptación o no de nuevas especies (teoría darviniana). Durante su devenir, sólo en la época cuaternaria (desde hace 1,5 millones de años para acá) este planeta en que vivimos, ha gozado de cuatro grandes glaciaciones (Günz, Mindel, Riss y Würm), en las que Eurasia y América del Norte estuvieron cubiertas de grandes masas de hielo (islandsis), con lo que el nivel de los océanos bajaba muchísimo (regresión marina), hasta el punto de que animales y hombres podían cruzar los continentes a pie (estrechos de Gibraltar o de Bering, por ejemplo).
Evidentemente, a las glaciaciones seguían etapas interglaciares con notables incrementos de temperatura; en el paso del Paleolítico (nuestros ancestros vivían en cuevas) al Neolítico (descubren la agricultura y se hacen sedentarios) se producen aumentos de temperatura superiores a 10º en un siglo. Y todo ello acontecía cuando nuestra especie no sumaba ni un millón de habitantes en todo el orbe y no utilizaban combustibles contaminantes.
Más recientemente, se sabe que en la época romana el norte de África era el granero del imperio, en la Alta Edad Media se estima que la temperatura del hemisferio norte era, en promedio, 1,5º C superior a la de hoy y eso permitió a los vikingos practicar la agricultura en Groenlandia (tierra verde); en el siglo XVIII era un grado menos y, la década de los sesenta y setenta del siglo XX, era 0,5º más baja que en la actualidad, con una preocupación científica por el enfriamiento.
Y si esto viene sucediendo en la Tierra desde sus orígenes, ¿por qué ahora se echan todas las culpas a las sociedades desarrolladas? No dudo del calentamiento del planeta, porque estamos en una etapa interglaciar, lo mismo que es inevitable su futuro enfriamiento a largo plazo, como así ha venido ocurriendo desde siempre. Ahora bien, si como muchos afirman, los humanos estamos acelerando el proceso de calentamiento por causa de las emisiones de CO2, pues póngase remedio en vez de organizar tanta cumbre huera de contenido y asustar a la gente. Apuéstese decididamente (eso es responsabilidad de una coordinación política internacional) por energías renovables para evitar la excesiva dependencia de los combustibles fósiles, pero no entremos en la contradicción de poner reparo a los impactos de los aerogeneradores, subvencionemos la energía solar, la producción de etanol, busquemos soluciones a los residuos nucleares, etc. Pero, sobre todo, abandonemos los dramatismos de los escenarios futuros porque no podemos predecir a ciencia cierta la complejidad de los múltiples procesos interactuantes, simplemente porque los registros termo-pluviométricos que poseemos con cierto rigor tienen poco más de un siglo (y eso no es nada en la escala de vida planetaria). Máxime, cuando acabamos de comprobar la pasada Semana Santa los errores en las predicciones hechas con unos días de antelación.
Así las predicciones de la ONU son cuanto menos curiosas: ¿Por qué España va a ser uno de los países más afectados? ¿Obedece a un castigo divino? .
Decir que a partir del 2010 los períodos de sequía se van a dominar en nuestra península me parece excesivamente aventurado, especialmente cuando las sequías vienen siendo algo habitual en nuestro entorno, por este motivo construyeron embalses los romanos y los agricultores vienen haciendo rogativas a los Santos desde varios siglos atrás. Y todos vemos como a los años de sequía le suceden otros húmedos, como los que gozamos entre 1997 y 2004 o este mismo año en el que nos encontramos. Lástima que considerando al agua en España el bien más preciado la dejemos escapar al mar sin ninguna utilidad y mucho daño económico, y sino ha habido desgracias humanas ha sido merced a los embalses de la cuenca del Ebro.
Por consiguiente, sería bueno abandonar la histeria colectiva en la que nos quieren sumir algunas ONG y medios de comunicación sobre el cambio climático. En este sentido, cabe recordar la similitud del Informe de la ONU con el emitido por el Club de Roma (Meadows, Massachusetts Institute of Technology ) allá por 1972, cuando un nutrido grupo de científicos, entre ellos varios Premios Nobel, afirmaba que el ritmo de crecimiento era imposible de mantener, por lo que estarían agotadas las reservas de gas, petróleo, etc. para el año 2000; a partir de esa fecha se produciría una grave crisis en las producciones industrial y agrícola que invertirían el sentido de su evolución. Pues ya ven su error fue mayúsculo y eso que la población aumentó más de lo previsto y el desarrollo llegó a más países y más millones de habitantes que nunca, hasta el extremo de que hoy día la población que vive con menos de 1 dólar diario pasó del 17%, en 1970, al 6,5% y la que tiene menos de 2 dólares se redujo del 41% al 19%, en el mismo periodo. Lo que sí procede es abordar urgentemente el tema de las emisiones contaminantes y dar respuesta al hambre en el mundo (principal problema de la humanidad), con soluciones eficaces y compatibles desde la óptica social, ambiental y económica.”

En fin, nada nuevo bajo el sol.


Sobre el autor ... 


Doctor en Geografía y profesor de Ordenación del Territorio en la Universidad de Extremadura, además de doctor en Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y evaluador de Proyectos de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología (ANEP).

 En 2013 fue investido  Doctor Honoris Causa por la Universidad Paulo Freire de México, como reconocimiento a la trayectoria investigadora en cuestiones ambientales del profesor, así como su participación en numerosos eventos y revistas científicas de casi todos los países iberoamericanos.

Desde mayo de 2012 es presidente del Patronato del Parque Nacional de Monfragüe y del Consejo de Participación de la Reserva de la Biosfera de Monfragüe. También forma parte del Consejo Científico del Centro de Estudios de Iberoamérica de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y de la Comisión Nacional de Evaluación de Recursos Naturales de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología.





1 comentario:

  1. Me parecen demoledores los argumentos empleados, que ponen de manifiesto el alarmismo con que se tratan los temas derivados del denominado cambio climático.
    Se sobrevalora mucho nuestra capacidad de influir sobre unas condiciones que la naturaleza ha fijado a lo largo de millones de años.
    La principal emisión de CO2 a la atmósfera en el s XX fue la erupción del volcan Krakatoa en Indonesia y no toda la acitvidad humana realizada a lo largo de ese período.
    Nos sigue gustando mucho mas hacer caso a las profecias de Nostradamus (e interpretarlas con criterios conspiranoicos) que reconocer que nuestra escala humana es mucho mas reducida que lo que nos parece (¿exceso de soberbia, quizas?)

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