20 noviembre 2014

7. Tres momentos de la historia de La Serena

Ha sido presidente de la Confederación Hidrográfica del Guadiana entre los años 1990 y 1997

La Serena es una presa nueva, pero no la más antigua de la cuenca del Guadiana. Es el embalse más grande de la cuenca, 3.232 Hm3, y de España. Y, también, durante unos cuantos años lo fue de Europa.

Sus veinticinco años de vida activa no son nada  comparados con los dos mil y pico de Proserpina o Cornalbo.  O con los cien de Gasset  o los cuarenta, y más, de las de Cijara, Puerto Peña, Orellana o Zújar. Posteriores a la Serena, y en su entorno extremeño, se han construido Alange, la mayor de las nuevas presas, con 800 Hm3, y Sierra Brava, depósito del canal de las Dehesas, ambas en construcción cuando aparecí por la Confederación. Y otras diez o más de menor tamaño, la mayoría en tramitación, de las que la mitad se construyeron entre 1991 y 95. Hay que reconocer la dinámica de los responsables de la cuenca y la visión de los gerentes de la D.G.O.H. que consiguieron y otorgaron esta explosión de agua utilizable, en su mayor cantidad para la agricultura.



Volviendo al tema, puedo contar y contaré tres “sucedidos” en los que participé en la evolución de su creación y en algunas satisfacciones profesionales, todas de escaso  interés para la historia formal de la presa.
Estos “cuentecillos” de la Serena  se ciñen a tres épocas  que suman diecisiete años, relacionados a distintas actividades, entre  los años 1973-82, 1982-90 y 1990-97. Y, que conste, que sus contenidos se ciñen a hechos y situaciones reales.

Primer cuentecillo:

La Serena empieza a fraguarse allá por los años setenta-ochenta al amparo de un puntual pero notable incremento  del presupuesto de la DG de Obras Hidráulicas.

Por los años 73-74, el que suscribe trabajaba a las órdenes de Rafael Fernández Ordóñez que al principio era un cabo suelto directamente dependiente del Director General,  Santiago Serrano, del que recibió el  encargo, entre otros temas, el de apoyar a las Confederaciones Hidrográficas con un mínimo equipo de cinco personas y que en 1987 ya era Subdirector General de Explotación, manteniendo la atención a las Confederaciones, principalmente, y ampliando poco a poco también las tareas con las Comisarías, Vigilancia de Presas, Parque de Maquinaria, Servicio Geológico, Canal del Taibilla, etc. Y trabajando en temas normativos, lo que implicaba participar en comisiones de trabajo para redactar la modificación  de la ley de aguas de 1879 y pasar a la 29/1985 de 2 de agosto. O redactar decretos de reordenaciones administrativas o mejoras técnicas, controlar y confirmar las cifras de las partidas de sus presupuestos, ampliar las plantillas y elevar los niveles de funcionarios, analizar las propuestas de nuevas obras y muchos temas más que se me olvidan … O sea, trabajábamos de todo.

En los años antes citados, sequías o inundaciones, no me acuerdo, obligaron al Ministerio de Hacienda a plantear una ley de incremento presupuestario para realizar las obras pertinentes que eran muchas. Isidro Olivares, subdirector de presupuestos y contratación nos pidió opinión sobre la situación de los proyectos de las obras de las Confederaciones que pudieran rellenar adecuadamente el incremento recibido.  En la Subdirección preparamos  una lista grande de posibles candidatas, tratando de equilibrar cifras entre cuencas. Don Isidro y su gran adlátere Ramón Marcos me pidieron que les llevase  las listas para empezar la “clasificación”.  Me quedé a ayudarles y, currito de a pie, me atreví  a comentar que mejor poner las obras grandes y rellenar con las pequeñas. La más costosa, la Serena,  y dejarse de pamplinas (eso no se lo dije, claro). Don Isidro, que me llamaba Antoñito, me dijo que mi apunte estaba muy bien pensado y yo me volví a mi despacho levitando pasillo adelante.

En el encaje también entró el Canal de las dehesas y  hasta una veintena o más. Como siempre, cuando se pasó la lista hubo alguna discrepancia, pero la Serena entró en la bolsa. Cuando se publicó la ley recorté las páginas del BOE y las guardé cuidadosamente en un cajón de mi mesa ministerial y que ahora sigue en alguna carpeta que tiene historias semejantes pero que a estas fechas, mi memoria es selectiva, no tengo ni idea de donde pueden estar.

Segundo cuentecillo:

En el año 1982 a mi siempre jefe Rafael le nombraron Director del Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas y le bastó un minuto para decirme que me llevaba con él. El CDX, como se le llamaba por entonces era un organismo con grandes problemas económicos y notables líos con la gestión del personal. En años anteriores se había pensado incorporar al C E Hidrográficos a la D.G.O.H., como unidad semejante a Vigilancia de presas, o Parque de Maquinaria o Servicio Geológico. El nuevo Director cortó inmediatamente tal posibilidad, negociando rápidamente aportaciones con las D.Gs de Obras Hidráulicas, Carreteras y Puertos y costas de sus presupuestos, mayoritariamente de la D.G.O.H., mediante convenios de colaboración gracias a las buenas relaciones anteriores con lo que se consiguió ampliar la actividad del CEDEX, principalmente las del C.E. Hidrográficos.

Dos o tres años después, si no me equivoco, se empezaron las obras de la presa con algunas circunstancias, algunas agradables pues en el vaso aparecieron ruinas romanas, y otras molestas; reclamaciones por el valor de las expropiaciones que se prolongaron durante más de diez años, etc. Y, también, protestas de Ayuntamientos, pero sobretodo, de pseudo ecologistas; y publicaciones en periódicos, radios e incluso jornadas “técnicas” asegurando que la obra era inútil y costosa. Y, lo más curioso, que el sol extremeño evaporaría toda el agua embalsada. ¡Vamos, que el embalse era “un canto al sol”! según dijo un llamativo catedrático.

Pero la batallita de este segundo cuento no va por Hidrográficos sino por el Laboratorio Central de Estructuras y Materiales.  En el año 1985 apareció por mi despacho del  CEDEX algún ingeniero de la C.H. Guadiana, ¿José Mª Vizcayno, Manolo Barragán, José Antonio Puyal…?  para comentar algún problema  sobre los resultados de las primeras pruebas de probetas, o no sé qué.  Dada la importancia de la obra de la presa, querían análisis seguros, de calidad del control de los ensayos, etc. Yo conocía, por aquel entonces, al pie de la letra los contenidos del procedimiento administrativo de contratación y le dije que en los Pliegos  se recogía la posibilidad de reservar una partida económica del uno o uno y medio por ciento del presupuesto de la obra para temas de calidad de la obra. No recuerdo si a cuenta de la constructora o de la empresa consultora de la obra.

Pero, “tirando para casa”, inmediatamente comenté que esa actividad de control no tenía que ser necesariamente realizada por una empresa especializada sino que también se podía hacer por una entidad de la Administración Pública como la propia Confederación o el CEDEX, ambos Organismos Autónomos y capaces de realizar los controles pertinentes. Llamé a Florencio del Pozo, director del Laboratorio Central de Estructuras y Materiales para contarle el tema y decirle que íbamos a visitar la zona de ensayos. Vieron los equipos, los métodos de ensayo, el fraguado de las probetas, las prensas de rotura, el análisis de la evaluación de los parámetros,  etc.

Ya en mi despacho, les  comenté que el CEDEX podía hacer convenios de colaboración tanto con la constructora como con la consultora. Vieron los modelos de convenios, las cifras del coste del trabajo, etc. Comentaron que les parecía muy bien, que lo hablarían con el Director de la Confederación. Y preguntaron que si los convenios eran conocidos por la Dirección General.

No hubo ningún problema. Los ensayos fueron muy consistentes. Los resultados, adecuados a las exigencias de la dirección de la obra. El consultor o la U.T.E. constructora pagaron al CEDEX adecuadamente, en el precio convenido y en el plazo definido, más o menos.

Y, como todos saben, excepto yo que me enteré siete meses después, S.M. el Rey don Juan Carlos inauguró dos veces la presa. Una en diciembre de 1989, a vuelo de pájaro pasado por agua, sin corte de cinta ni paseo por la presa, pero con un número elevado de asistentes mirando al cielo el vuelo del helicóptero con los ojos llenos de las lágrimas que les llegaban desde el nubladísimo cielo. La “segunda” inauguración, ya en enero del 90, fue más plácida y serena. De esa inauguración le viene el nombre de la presa, no vayan ustedes, lectores, a creer que tal nombre se deba  al de la comarca que la rodea…. Je, je.

Tercer cuentecillo:

Unos meses después  a Pepe Rubió, entonces Director General de Obras Hidráulicas, se le ocurrió mandarme al Guadiana. Avisado previamente por Paco Guisado, subdirector de proyectos y obras, del escueto contenido de la entrevista, “va a proponerte una Confederación” sin concreción, fui al ministerio elucubrando cual podía ser la Confederación que me podía tocar. Por la calle de Ríos Rosas descarté poco a poco las grandes, las complejas, las lejanas de mi casa… y me quedé únicamente con la del Guadiana, más discreta y menos potente, en la que además conocía muy bien a muchos compañeros. Y allí me marché. Estuve unos siete años muy agitados, muy viajeros, muy exigentes y, al mismo tiempo, muy interesantes y muy agradables. Conocía a todos los ingenieros jóvenes y a muchos de los maduros y fui aprendiendo de ellos y de los veteranísimos Pablo Murga, de la zona de Huelva, y Manolo de la Barreda, de La Mancha. ¡Grandes ingenieros, cada uno a su modo!.

La Serena ya funcionaba recibiendo aportaciones de lluvias no muy grandes. El año 1990 se cerró con unos 900 Hm3. Pero en 1991, del Duero para abajo, hacia el sur de la península, bajaron las aportaciones y de ahí hasta diciembre de 1995 desaparecieron. En ese largo y duro periodo de sequía, muy pronto, casi todos los embalses de la cuenca se quedaron, los pequeños, secos  y los grandes a mínimos, perdiendo niveles a velocidad del rayo.  Orellana, Serena, Zújar y Andévalo en Huelva quedaron en cifras inferiores a 200H3. Y los demás sin una gota. Pasando en avión por encima de Cijara no se localizaba el vaso del embalse, todo era campo seco.

Negociamos la sequía con los usuarios, poblaciones, industrias y regantes sin incidencias sociales gracias al buen entendimiento  con todas las Comunidades de Regantes, los Ayuntamientos, los Consejeros de las Comunidades Autonómicas, etc. Y, por supuesto, al extraordinario trabajo del Director Técnico, Gonzalo Soubrier y los antes citados Barreda y Murga y los Barrau, Martín Morales, Barbancho, Rodríguez Cabellos, Fernando Aranda y demás técnicos. Y, con ellos, los más de quinientos trabajadores de la Confederación. No hubo broncas ni manifestaciones. Sí hubo reuniones muy, muy  largas y duras. La Serena, flácida y triste no cantó al sol. Sudó y sufrió, eso sí. Pero mal que bien se fue tirando…

Un dato singular: en el verano del 95 se construyó una represa con hormigón en masa en un arroyo de la cola del embalse para tener un mínimo resguardo de agua para abastecer poblados de la zona. Y en Zújar y otros embalses, en julio, tuvimos que instalar equipos de oxigenación del agua que se estaba corrompiendo.

El 28 de julio de 1995, el ministro Boyer convocó en Sevilla a los presidentes de las Confederaciones más afectadas por la sequía. A la reunión se incorporó el presidente de la CA Andalucía. Muy amena la charla, pero, sorprendentemente,   se habló poco de los problemas del agua y mucho de los del Celta y del Sevilla, clubes de fútbol sancionados a bajar a segunda división, cosa que no ocurrió… ¡La política también juega al fútbol!

El 10 de noviembre la Serena no embalsaba  70 Hm3.

Pero, a Dios gracias, el mes de diciembre del 1995 devolvió a la tierra extremeña y onubense toda el agua que habían guardado los años anteriores. Nunca he visto chaparrones tan recios y tan seguidos. En cien días de lluvias  permanentes, el 18 de marzo de 1996 la Serena había embalsado 1.612 Hm3.

 La Mancha también sufrió la sequía. Y algo más duradera...  El acuífero de la llanura manchega, siempre explotado por los miles de pozos, como los embalses, estaba seco.  Y cuando empezó a llover aparecieron torcas (en español), o dolinas (en idiomas eslavos), ambas según el diccionario, por todos los lados. Hundimientos de 10 a 20 m. de anchura y profundidad al lado de puentes de carretera, y algunos muy próximos a los pueblos. Impresionante fue el brutal  derrumbamiento de más de cuatrocientos metros de las márgenes del Guadiana, que quedó tal cual como el cañón del Colorado, aproximándose el hundimiento casi hasta  las Tablas de Daimiel. También hubo un muy peligroso sifonamiento en el cuerpo de la presa de Proserpina que dañó notablemente a uno de los bocines y estuvo a punto de producir un grave accidente con las personas que estaban haciendo una inspección.

En la primavera del 96 hubo cambio de Gobierno. Carlos Escartín, gran profesional y mejor persona, es el nuevo Director General  del agua y, por serlo, en junio, el Secretario de Estado, Benigno Blanco, me confirmó la continuación en el Guadiana, cosa que no pasó con los restantes Presidentes de Confederaciones… Pero al poco tiempo  empiezan a aparecer rumores sobre la posición del “cabo suelto mantenido”  El 5 de julio se nombran los nuevos presidentes, muchos de ellos compañeros de profesión y amigos. Y algún otro que no…

Viendo el continuo crecimiento del embalse, el aumento de ciudadanos que, sobre todo los sábados y domingos, paseaban por la coronación de la presa, a los que invitábamos a visitar los interiores… y salían entusiasmados, recordé que el año 1991, también año de cambio de Gobierno, en el congreso de Comunidades de Regantes en Badajoz se visitó la Serena -donde los congresistas, sobre todo los levantinos, miraban extasiados la infinita lámina de agua próxima al máximo nivel de seguridad y comentaban las maravillas que ellos podrían hacer en su tierra-  se decidió hacer una nueva  visita a la presa para manifestar su poderío hidráulico. (Ese mismo año se celebró la medalla concedida a Manolo Barragán en presencia de mi lejano pariente, el entonces ya ex presidente  del gobierno Leopoldo Calvo Sotelo. Cuya mujer ,Pilar, me ayudó a ponerle a Manolo la banda y la medalla. Soy muy torpe para las ceremonias…).

A las 12 h. del 6 de febrero de 1997 se reunió la cúpula hidráulica ministerial y autonómica, alcaldes de la zona, regantes, contratistas y curiosos en la coronación de la presa para, primero ver sus interiores y posteriormente maravillarse con la leve apertura de las compuertas durante no más de una hora (hay que ser cautos y no derrochar) paseando cientos de personas por la coronación de la presa.

Allí en un apartado, Carlos Escartín me comunicó que acababan mis días del Guadiana.

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El viernes siguiente, Benigno Blanco me dijo “lo tuyo ha llegado a Moncloa”. Y, siendo como soy, le contesté “caray ¡qué nivel!”. Y le pedí “hazlo rápido para no soportar comentarios”.“Lo haré” me dijo. Y así fue. El  13 de febrero El HOY, diario de Extremadura publicó mi artículo titulado “Vierte la presa de la Serena”. Y en el 14 yo ya tenía página en el BOE.

Con Manolo Barragán y José Ángel Rodríguez Cabello hicimos a tres bandas un artículo sobre la Serena en la Revista de Obras Públicas.

Hice el petate y me volví a Madrid, a la D.G. que ya tenía un nombre más largo… a las órdenes de Carlos Escartín, buen Director y mejor persona (no me hartaré de decirlo),  y yo contentísimo de trabajar con tan extraordinario compañero.

Pero eso es ya otra historia…

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